Sujétame si caigo. Pierdo pie. No puedo seguir así y cada vez que vuelvo la cabeza pierdo de nuevo a la Gallina Ciega: la idea de perfección se adueña de mí.
De golpe te veo cambiar, todo a la vez, lo mismo: pero la montaña nunca viene.
Viólame como a un niño bautizado con sangre, ungido como un santo desconocido: no queda sino esperanza.
Tu voz suena apagada, cascada, y siempre vacua. Confía en mí durante los últimos años: Nos esperan instanes de perfección a nada que nos quedemos. Por favor pronuncia las palabras adecuadas o llora como un payaso de yeso y sigue eternamente perdida para siempre entre una multitud contenta.
Nadie alza sus manos. Nadie alza la vista. Justificada por sus hueras palabras la fiesta va animándose.
Cruzamos el límite:
¿Quién empujó a quién?
A ti te da igual:
¿Y a mí?
Nos soltamos quedando a la deriva
pero todavía a flote.
Aguanto únicamente
para ver cómo te hundes,
mi amor.
Yo desaparecí contigo
y tú desapareciste de mí.
Te ofrecí todo lo que siempre quisiste
¿no era eso lo que querías?
De los hombres que te quieren odias a la mayoría:
te traspasan como un fantasma.
Van en tu busca pero tu alma
se pierde por el aire:
no estás en ningún sitio.
Amor:
dices que en el amor no existen las reglas.
Amor.
Cariño:
eres tan cruel.
El desaliento es una trampa seductora
en la que caes siempre:
colocas tus labios sobre los de ella
para frenar la mentira.
Su piel es pálida
como la paloma única de Dios.
Grita como ángel pidiendo tu amor
-luego te hace que la mires desde arriba
y la necesitas como una droga-.
Amor:
proclamas que en el amor no sirven las reglas.
Amor.
Cariño:
Qué cruel eres.
Se pone mi amor como un vestido transparente:
sus labios dicen una cosa,
sus movimientos algo más.
Ay, amor, como una flor radiante.
Amor, marchitándose a cada momento.
Ignoras si se trata de miedo o de deseo:
el riesgo de la droga que te coloca
(la cabeza en los cielos,
los dedos en el fango).
Su corazón va a la carrera,
no consigues seguirle el ritmo.
La noche sangra como un tajo.
Atrapados entre los caballos del amor y la lujuria
nos pisotean
sus cascos.
Ay, amor:
afirmas que en el amor no hay reglas que valgan.
Cariño:
eres tan cruel.
Ay, amor:
quedarse contigo sería de locos.
Querida:
Qué cruel eres.
¿Va mejorando? ¿O aún te sientes igual? ¿Te resulta más fácil ahora que tienes a quién culpar?
Proclamas: Un amor.
Una vida cuando aprieta una necesidad por la noche.
Un amor. Debemos compartirlo. Te abandona, cariño, si no cuidas de él.
¿Te decepcioné o te dejé mal sabor de boca? Actúas como si nunca hubieras albergado amor y pretendes que yo me maneje sin él.
Bueno, es ya demasiado tarde esta noche como para sacar a relucir el pasado: somos uno pero no los mismos. Cargamos el uno con el otro.
¿Has llegado hasta aquí buscando la absolución? ¿Has venido a resucitar a los muertos? ¿Apareces para hacer de Jesús con los leprosos de tu cabeza?
¿Exigí demasiado? ¿Más que demasiado? No me ofreciste nada y ahora eso es lo único que me queda. Somos uno pero no somos igual. Nos hacemos daño y luego nos lo volvemos a hacer.
Proclamas: El amor es un santuario.
El amor es la Ley Suprema. El amor es un santuario. El amor es la Ley Suprema.
Me pides que pase pero al instante me obligas a arrastrarme y ya no puedo seguir aferrado a lo que tienes cuando no es más que dolor.
Un amor. Una sangre. Una vida que tienes para hacer lo conveniente.
Una vida junto al otro -hermanos, hermanas-.
Una vida pero no somos lo mismo: hemos llegado al punto de cargar con el otro. Cargar con el otro.
Soy sólo un pobre chaval: aunque mi historia se haya contado pocas veces he malgastado mis fuerzas a cambio de un bolsillo lleno de habladurías -en eso consisten las promesas: todo mentiras y chuflas (de todas formas un hombre escucha sólo lo que le interesa y hace oídos sordos a lo que no)-.
Al dejar mi casa y mi familia no era más que un crío en compañía de desconocidos, entre el silencio de la estación de ferrocarril, corriendo asustado, sin hacerme notar, en busca de los peores cuartuchos que frecuentan los pordioseros, merodeando por los lugares que sólo ellos conocen.
Lai, la, lai…
Pidiendo sólo un sueldo de currela me pongo a buscar trabajo pero no me salen ofertas -sólo un ‘vente’ de las putas de la quinta avenida (confieso que hubo momentos en que estaba tan solo que hallé algo de consuelo allí)-.
Lai, la, lai…
Luego me encuentro tendiendo la ropa de invierno y deseando desaparecer, volver a casa, donde los inviernos de la ciudad de Nueva York no me hagan sufrir. Hacerme sufrir… Volver a casa…
En el descampado sigue un boxeador y un luchador de profesión, y carga con los recuerdos de cada guante que lo ha tumbado o herido hasta hacerle gritar lleno de rabia y vergüenza: Abandono, abandono. Pero el luchador sigue en pie.
Tratando de aferrarme a lo que sé que debería olvidar. Procurando olvidarla pero no habiéndolo conseguido todavía. Las cosas van mal. Las cosas van mal.
Intentando recordar qué fue lo que dije que hiciste -en realidad no importa porque sigues siendo la única-: las cosas van mal. Las cosas van mal.
Sé que el amor puede cambiar en ocasiones pero en mi corazón siento lo mismo. No digas tan pronto que hemos terminado: las cosas van mal pero aún te quiero.
Las cosas van mal. Las cosas van mal.
No me digas que tu amor ha cambiado. No me vengas con que ya no puede ser igual. No te lances a decir que hemos roto: las cosas van mal pero todavía te quiero.
Te sigo queriendo. Todavía te quiero. Sigo enamorado de ti.